martes, noviembre 26, 2013

No lo son.

Ya se hacía de noche y las aceras brillaban con la lluvia mojada, los charcos parecían espejos a la luz de las farolas y las gotas rezagadas de algunas tuberías dejaban sus últimos compases. El parpadeo incesante del semáforo acompañaba de vez en cuando el paseo, algún coche despistado se dejaba ver a esas horas zigzagueando despacio entre el asfalto. No son horas de estar por aquí.
Calcetines empapados y sudores fríos ¿qué hora es?  no veo el momento de volver, la lluvia ya no moja, ahora molesta y no sé cuanto tiempo más aguantaré a la intemperie.
Sus pies se deslizaban silenciosamente por la calzada, el frío ya calaba los huesos, haciéndole compañía en esta noche de Noviembre tan solitaria.

A mitad de camino paro un coche, bajo la ventanilla y olisqueó su figura de arriba abajo, callado, sin articular palabra. Sus ojos volvieron de nuevo a la carretera y sin poder mirarla sacó un billete y apenas entre balbuceos logró decir: "no son horas de estar en la calle".
Mientras el coche se alejaba hasta confundirse con la negrura los espasmos hacían su aparición.
Hielo, congelada una noche de invierno, sin más abrigo que su piel, paseando entre estas calles oscuras que parecen esculpidas en mármol gélido.
Ya vio al gigante aparecer, el helor seguía incrustado en sus costillas y no había manera humana de llegar al hogar. Hasta que finalmente las sombras se fundieron con la luz y cayo desplomada al suelo.

El gentío salió de su madriguera, cruzando semáforos, andando ente los charcos, esquivando papeleras. Tendida en el suelo sin poder hacer más esfuerzo por respirar, ahogada en el frío, congelada, apartada por los transeúntes. "No son horas" exclamó alguno.